miércoles, abril 02, 2008

Crisis traumática infantil futbolera

Después de años de intentos fallidos por regresar a patear un balón tratando de superar la desconfianza y el dolor debido a una lesión en la rodilla causada estúpidamente mientras jugaba un partido "amistoso" de futbol rápido (lo cual deja en claro que los partidos amistosos no existen), hace algunas semanas regresé a las canchas por medio de una atractiva oferta que derivó en mi fichaje por unos buenos millones de dolares del banco de la ilusión mas otra fuerte cantidad en pesos de cartón de los que salen en tapas de agua Electropura, además del patrocinio de mi playera con el número 19 (porque ya se habían agandallado el 9) y dos palmaditas en la espalda, ¿Quien puede rechazar una transacción tan atractiva?. Y así, el "Borucas" Dortmund, equipo al que pertenece ahora mi carta, me convenció de engrosar sus filas y con ello regresaron los antiguos traumas y los síntomas de lo que llamo la "Crisis pre-futbolera" que seguramente jamás se va a ir y que ya había olvidado y en ocasiones hasta extrañado.


Bilis Negra fichando para el Borucas Dormimundo


Pues bien, los atecedentes de este ritual traumatico se remontan a ya hace algunos ayeres cuando apenas era una pequeña borla con corte de principito valiente, dientes picados hasta el nervio y piernas como dos hilitos que colgaban del short, de no mas de 7 años de edad. Mis prioridades en ese momento eran hacerle la vida imposible tanto a los maestros en la escuela como a los compañeritos de clase y jugar futbol.

Si bien no fuí un niño dotado en las cuestiones físicas como la velocidad y la fuerza, si lo era en las cuestiones técnicas y en esa terquedad característica que mis padres llaman "tenacidad" nomas pa' que suene mas elegantioso y muy acá. Entre semana cuando pateaba el balón solito como loquito en la cochera de la casa yo era algo poco menos que Maradona, nomás que menos mamón y drogadicto y mucho mas guapo, claro; pero los domingos que mi papá me llevaba a jugar en un equipo, con arbitro y toda la cosa, en la cancha simplemente era un desastre. Todos los demás niños corrían atrás del balón mientras yo moría de miedo petrificado en algún rincón lejano a la ubicación de la pelota, mientras volteba a ver a mi papá que iniciaba el partido gritándome las clásicas palabras de aliento "Corre", "Muevete", "Ve por la bola" y que a medida que transcurria el encuentro se convertían en "¿Que me ves, baboso?, el balón está allá" mientras se quería volver chango.


Así trancurrieron jornadas y jornadas en las que en lugar de esperar con gusto los domingos para ir a jugar futbol, literalmente me cagaba de miedo y a chorros. Todo el ritual que comprendía desde levantarse el domingo por la mañana y vestirme mientras veía Chabuelo hasta llegar al vestidor del equipo y oir la verborrea del entrenador (que ni siquiera entendía a causa del pánico) antes de saltar a la cancha, era realmente un suplicio, sin mencionar el tiempo dentro del campo que se convertía en los 40 minutos mas terroríficos de mi vida.


El momento crucial fue un día que a mi jefe se le ocurrió esconderse para que no me le quedara viendo todo el juego. Como no lo encontraba pase los 40 minutos muy entretenido buscándolo hasta que lo encontre y en ese momento logré ver como la cara de mi papá se desfiguraba como grano de maíz que se convierte en palomita al tiempo que llevaba su mano al rostro en señal de "¡me lleva la chingada!". Ese día por la tarde habló muy seriamente conmigo, me dijo que si realmente quería jugar futbol tendría que esforzarme mucho ya que no tenía muchas cualidades innatas y porque veía que para mi el juego se convertía en un sufrimiento, al tiempo que mi mamá con el alma en un hilo trataba de intervenir y mi papá le replicaba "No lo consientas, deja que decida él".


Decidí seguir jugando (porque realmente me gusta el juego) y acordamos un montón de entrenamientos que yo haría en la semana y que informaba diariamente a mi papá cuando regresaba del trabajo (el delirio de orden de mi papá no podía apartarse de esto). Como era de esperarse con el tiempo empece a mejorar. Mi papá estuvo cerca siempre y en muchas ocasiones dirigió a los equipos donde jugaba.


El jueguito me ha dado muchas satisfacciones y muchos malos ratos también, jugué a un nivel mas que aceptable y decidí seguir estudiando en lugar de atarme a un miserable salario de 2a. división a las órdenes de un montón de acomplejados exfutbolistas. No me arrepiento, creo que decidí bien.


Eso si, todo tiene un precio. Siempre que juego un partido de futbol comienza el ritual. Me sudan las manos y se me ponen frías, siento ese hueco en el estómago que solo se quita cuando suena el silbatazo inicial, me dan escalofríos y mientras caliento me tiemblan un poco las piernas. Una ligera sofocación me atrapa mientras me pongo el uniforme por lo que bostezo constantemente, no, no es sueño, es ese pequeño miedo de cuando era niño.


Mi papá ya no me va a ver jugar, pero no importa, a veces todavía lo oigo dándome instrucciones desde la tribuna o festejando alguna buena jugada. Casi nadie voltea, es mas, ni siquiera escucha lo que le gritan en la tribuna, yo sin embargo todavía volteo por reflejo.


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